Tomás Balduino, obispo de los 'sin tierra'
Con la muerte de Tomás Balduino, obispo emérito de Goiás (Brasil), a los 91 años, el 2 de mayo, se cierne la orfandad religiosa sobre la Iglesia de los pobres, las comunidades de base, los movimientos indígenas y los campesinos de Brasil, al tiempo que el cristianismo latinoamericano pierde a una de las figuras más emblemáticas de la teología de la liberación hecha vida y praxis a través de su compromiso con los desheredados, a quienes deja como herencia su ejemplaridad de vida y su lucha por la dignidad y los derechos humanos, en especial los de los sin tierra.
Balduino pertenecía a la fecunda generación de obispos latinoamericanos que, a partir de la década de los sesenta del siglo pasado, cambiaron la faz del cristianismo de ese continente: antepusieron la ortopraxis a la ortodoxia, la fidelidad al pueblo a la obediencia al Vaticano, optaron por la solidaridad con las mayorías populares empobrecidas frente a las alianzas con los poderosos e hicieron suyo el principio-liberación frente al principio-resignación, que tanta tiempo caracterizó al cristianismo de América Latina. Ellos desarrollaron un magisterio social inspirado en el evangelio y se convirtieron en los nuevos padres del cristianismo liberador en América Latina.
Tomas Balduino nació en Posse (Goiás, Brasil) en 1922. Ingresó en la Orden Dominicana, donde fue ordenado sacerdote en 1949. Poseía una excelente formación intelectual: se graduó en Teología en Francia y en Antropología y Lingüística en la Universidad de Brasilia con el objetivo de conocer mejor la realidad de los pueblos indígenas, y aprendió alguna de las lenguas indígenas para compartir la vida con ellos y apoyar sus causas.
En 1967 fue nombrado obispo de Goiás, donde permaneció hasta su jubilación en 1999. No fue un obispo convencional y tradicional que se dedicara a la gestión administrativa de la diócesis, sino un pastor que rompió moldes en todos los terrenos. Hizo realidad el Concilio Vaticano II, que definió como "un acontecimiento mayor en la historia de la iglesia" y que, a su juicio, forma parte de la Iglesia universal. Pero, al mismo tiempo, reconocía que sin la Iglesia latinoamericana el Vaticano II no hubiera pasado de ser un relámpago fugaz, se hubiera apagado o habría sido aplastado por la institución romana. Participó en la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín (Colombia) en 1968, que dio un giro copernicano a la Iglesia latinoamericana, al pasar del cristianismo colonial al cristianismo de la liberación bajo el principio ético-evangélico de la opción por los pobres.
El Vaticano II y Medellín le condujeron por la senda de la reforma de la Iglesia y de la transformación de la sociedad. Desafió la dictadura brasileña y su ideología legitimadora de la seguridad nacional, extendida por todo el continente. Defendió los derechos humanos luchando codo con codo con los movimientos de liberación. Entre sus prioridades estuvieron la reforma agraria y la defensa de los derechos de las comunidades indígenas, los pueblos afrodescendientes, el campesinado y la clase obrera. Denunció los desmanes ecológicos, económicos, políticos o fiscales provocados por los terratenientes. Por su actitud crítica con la dictadura y con las grandes empresas agropecuarias que ocupaban las tierras indígenas y expulsaban a sus legítimos propietarios, fue objeto de amenazas de muerte como su colega Père Casaldàliga, obispo del Mato Grosso.
Desempeñó un papel fundamental en la creación del Consejo Indigenista Misionero (CIMI) y de la Comisión pastoral de la Terra (CPT), organizaciones de las que fue presidente. Apoyó al Movimiento Sin Tierra (MST), quien lo considera una de esas personas que Bertold Brecht calificaba de "imprescindibles" por su lucha permanente por la dignidad de los pueblos, las etnias, las culturas y las clases sociales oprimidas.
Juan José Tamayo es profesor de la Universidad Carlos III y autor de La teología de la liberación en el nuevo escenario político y religioso (Tirant Lo Blanch, 2011).
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