'Siempre había una nube negra'
«Venía enroscado en su pensamiento, le veías la cara y le decías: 'Yago, tío, no hay más que estar tranquilamente aquí, disfrutar el momento, no empieces así, no te enroques...'. Pero a él le costaba mucho. Le costaba demasiado». Es el doliente retrato de Yago Lamela que traza su amigo Alfonso Cuervo, atleta y discípulo, desde 2011, del ex campeón asturiano. Pero también hay otros: «Salíamos de copas, se tomaba una y estaba que se caía. Al contrario de lo que se ha dicho, no era ningún artista de la noche».
O uno aún más divertido: «Ligando con las tías era un desastre, era malísimo, un tímido empedernido. Yo le decía siempre: 'Que no tienes que abrir la boca, Yago, que la jodes, que te lo tengo dicho'».
Pero al fondo, habitualmente, las dudas. Las grietas. Ese vacío: «Él intentaba arrancar, pero se metía en pensamientos circulares y empezaba 'raca-raca-raca'. Lo intentaba, se ilusionaba, pero siempre había como una nube negra». Lamela fue hallado muerto en la casa de sus padres el jueves pasado, tras varios episodios de depresión. Su familia afirmó ayer que la autopsia apunta a un infarto y que no se hallaron tóxicos en su cuerpo.
Un luchador grecorromano
Cuervo es un vitalista gijonés de 31 años, cinco menos del que fuera primero su contrincante, luego su ídolo y finalmente su amigo. «Nos conocimos compitiendo, en 1998. Yo apenas saltaba seis metros, era un niño. Él ya hizo un nulo de 8,10: una auténtica barbaridad».
Lamela, de 21 años, estaba a punto de protagonizar una de las gestas más inesperadas del deporte español: apareciendo casi de la nada, con su pinta «como de luchador grecorromano», al decir del entrenador clave en su explosión, Juanjo Azpeitia, el asturiano se convertía en Maebashi (Japón) en el primer blanco en ultrajar el coto vedado negro del salto de longitud, con 8,56 metros.
«Fue una locura, sí, pero no creo que Yago llevara mal el éxito, estoy contra esa idea». La tesis de Alfonso Cuervo, compartida por Juanjo Azpeitia: que el decaer personal de Lamela, su descenso a los infiernos anímicos, no tuvo nada que ver con su decadencia deportiva.
Lamela y Cuervo, hace un mes, en un bar de Gijón. EL MUNDO
«Ese discurso del juguete roto por el fracaso deportivo es falso: Yago no cambió», dice Cuervo. Y remata Azpeitia: «Lo que no funcionara bien en la mente de Yago no funcionaba bien desde el principio».
'Todo, a cambio de nada'
Cuervo y Lamela se reencontraron una tarde de 2011. El ex campeón había salido una semana antes del Hospital San Agustín, su primer encuentro con la depresión clínica en sede hospitalaria. Cuervo no acababa de romper su techo, en torno a los siete metros y medio.
«Llevábamos años cruzándonos mails y ahí cristalizó la idea: él me entrenaría, y de paso también se ponía en forma». Ahí emerge el Lamela quijotesco, y no sólo por la triste figura, de los últimos años: «Venía a acompañarme a competir a Ávila, Guadalajara, por Castilla, siempre sin cobrar un duro, sólo por ayudar. Me escribía a las tres de la mañana mensajes sobre cómo mejorar esto y aquello. Como entrenador, también lo daba todo, a cambio de nada».
Hay que imaginarse esos viajes mesetarios del genio que desafió a Pedroso junto al saltador que «siempre hacía quinto, sexto... Nunca ganaba, pero él me miraba con idéntica fuerza desde la grada, era una mirada increíble».
'Llegó a pesar 106 kg. y ahora estaba en 80'
Lamela siempre alquilaba una habitación de hotel «para echar la siesta». «A veces se tomaba un red bull y se quedaba frito al minuto, cosa de la medicación». Un Lamela emocionante, que «hasta se compró un coche para aquellos viajes», dice Cuervo, hoy varado en casa, recién operado de menisco. «Eso sí, cuando se ponía...». Cuando se ponía emergía el monstruo físico. «Una vez yo estaba haciendo tres cuartos de sentadilla con 140 kilos y él, con vaqueros y zapatos de calle, lo levantó como si nada. Hace seis meses todavía levantaba 70 kilos, ¡con una barriga extraordinaria!»
Una foto y unas flores en memoria de Lamela en Avilés. ELOY ALONSO REUTERS
La gordura. «De vez en cuando le daba por que quería adelgazar. Es mentira eso de que ahora estuviera enorme: llegó a estar en 106 y ahora estaba en 80. Pero entonces empezaba con el pensamiento circular: 'Ahora adelgazo esto, luego lo otro, luego hago tal y luego cual... Y se metía otra vez en los pensamientos circulares, no lo podía evitar».
Cuervo vivió con un nudo en la garganta un episodio que quizás preludió la muerte de Lamela. Hace cinco semanas, varios de sus amigos se asustaron al comprobar que no podían localizarle y llevaban sin saber de él día y medio. La alarma fue tal que los medios comenzaban a dar por hecho que la depresión había ganado finalmente la partida... Cuando Yago reapareció: estaba en una clínica psiquiátrica santanderina. «Él alejaba la nube con bromas. Siempre decía: 'Sí, yo salto. ¡Salto charcos!' Era su antídoto contra la tristeza.
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