Paseando con momias por Toledo
La primera imagen que viene a la cabeza cuando uno piensa en momias es la típica de un cadáver embalsamado envuelto en vendajes. La ciudad de Toledo tiene las suyas propias y, salvando las distancias, no tienen nada que envidiar a las del antiguo Egipto.
Según explica el investigador toledano Juan Luis Alonso, de la mayoría de las momias de Toledo se ha perdido el rastro, unas veces porque se han trasladado a sitios más dignos o porque han sido profanadas, como ocurrió en la Guerra de la Independencia o en la Guerra Civil, pero hasta nuestros días han llegado unos cuantos cuerpos momificados y unas cuantas historias y leyendas.
Ya que en la actualidad es muy difícil poder visitar algunos de los aposentos donde descansan estas momias, el visitante puede hacer un viaje imaginario por Toledo para reconstruir el pasado de estos cuerpos incorruptos, que se conservan en buen estado gracias a las condiciones geológicas del subsuelo de la ciudad, señala Alonso, que nos servirá de guía en este itinerario.
El inicio de la ruta comenzaría en la iglesia de San Andrés, «el depósito más grande de momias en Toledo», como lo define el también creador de la web www.leyendasdetoledo.com. Alonso cuenta que retomó precisamente este tema en su página cuando el pasado mes de abril su compañero fotógrafo, David Utrilla, publicó unas curiosas imágenes de los cadáveres amontonados que se conservan en esta parroquia y que guardaban de su libro «Toledo Secreto».
Hasta hace unos años, las momias de San Andrés se podían contemplar con cierta recomendación o con alguna propina, pero ahora eso es imposible y el motivo puede ser una curiosa leyenda urbana. En concreto, se dice que hace pocos años un aficionado al futbol bajó a visitarlas y tuvo la feliz ocurrencia de vestir a una de ellas con una camiseta del Futbol Club Barcelona. Aprovechó además para hacer alguna foto que envió a los dirigentes del equipo catalán, explicándoles jocosamente que se trataba del primer socio del club. Sin embargo, Juan Luis Alonso duda de la verosimilitud de este relato.
Nuestro recorrido seguiría por la parroquia de San Cipriano, donde tras el altar mayor, y accediendo por una pequeña puerta situada a la derecha, se encuentra el cuerpo incorrupto del santo varón que costeó en 1613 la reforma de la iglesia, don Carlos Venero de Leiba, quien se encuentra vestido con ornamentos sagrados y con la particularidad de que sus zapatos no tienen suela, para que se pueda contemplar su incorruptibilidad.
La siguiente parada podría ser el convento de San Clemente, donde, debido a unas reformas que se hicieron, se descubrieron en 1785 los cuerpos incorruptos de 13 monjas, que pasaron a denominarse las «Trece Venerables». Las religiosas amortajaron primorosamente a sus hermanas difuntas, las introdujeron en cajones y las colocaron en nichos, hasta que a principios del siglo XX fueron trasladadas a la sala capitular del monasterio, donde se encuentran en la actualidad.
Momias de alta alcurnia
Cómo no, la catedral de Toledo también tiene sus momias, entre las que sobresale la del rey Sancho IV de Castilla. En 1947, en el transcurso de una exploración arqueológica efectuada en el presbiterio del templo, a fin de localizar los restos del rey Sancho II de Portugal y de que fueran devueltos a su país, fueron encontrados los restos de Sancho IV el Bravo. Los restos del rey, que superaba los dos metros de altura, se encontraban momificados, en buen estado, encontrándose el soberano desnudo de cintura para arriba y llevando un hábito franciscano, sujeto a la cintura del monarca mediante un cordón franciscano, indica Alonso.
Otra parada obligada sería el convento de Santo Domingo el Real, donde se halla el cuerpo momificado del infante Sancho de Castilla y Sandoval, que falleció en 1370 en la fortaleza de Toro (Zamora) con tan solo 7 años de edad. Su padre, el rey Pedro I el Cruel, fue asesinado por su hermanastro Enrique de Trastámara, que pasó a ocupar su trono. Cuando murió Pedro I, el infante, con solo un año, fue trasladado junto a su hermano Diego a la fortaleza de Toro, donde murió.
Tal y como reconoce el investigador toledano, siempre se había creído que fue envenenado por orden de su tío para eliminar un posible competidor en la sucesión, aunque el infante Sancho no era el primogénito de Pedro I, que tuvo varios hijos con tres mujeres y otros tantos sin reconocer. No obstante, en 2006 se sometió al pequeño cadáver a un minucioso estudio y concluyó que la causa de su muerte no fue el envenenamiento como se sospechaba, sino un proceso infeccioso agudo pulmonar.
Las monjas del convento le llaman cariñosamente «Sanchito», le tienen bien cuidado y primorosamente vestido de monaguillo en una urna de metacrilato. «Si el convento está abierto, no ponen demasiados reparos para enseñarlo a las visitas», asegura Alonso.
Y, por último, dentro de las momias relacionadas con la realeza, el monasterio de las Comendadoras de Santiago conserva el cuerpo de Doña Sancha Alfonso (1190-1270), hija del rey Alfonso IX de León y de la infanta Doña Teresa Gil de Soberosa de Portugal, que se encuentra entre las dos rejas que separan la iglesia del coro.
El investigador toledano especula con la posibilidad de un número más elevado de momias en otros puntos de la ciudad de Toledo, sobre todo en parroquias. Uno de estos lugares sería la iglesia de San Román, en cuya cripta, han comentado a Alonso, existían numerosos cadáveres. Según la leyenda, eran los cuerpos de los muertos en la revuelta del 16 de agosto de 1166, cuando se proclamó rey al niño Alfonso VIII. También se dice que estaba allí la momia de Bartolomé Lorenzo de Guzmán, un sacerdote jesuita que fue uno de los pioneros de la aeronáutica y que murió en Toledo huyendo de la Inquisición.
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