La tragedia de las Hormigas
Si existe algún punto de nuestra costa representativo por su alto nivel de peligrosidad para la navegación, este sería, con toda seguridad, la prolongación hacia el mar del Cabo de Palos. Concretamente, el grupo de islotes que se encuentran a dos millas al norte de la torre del faro, como continuación de la cordillera Bética.
Como parte de ella, nos encontramos una formación rocosa denominada Hormiga Grande. Ésta se extiende 200 metros de largo, con un ancho de 60 metros, sobre un banco de piedra en el que sondean 12,15 y 18 metros de agua, con una elevación de unos 13 metros. En este enclave se han producido desde la antigüedad numerosos episodios trágicos, protagonizados por embarcaciones que han zozobrado contra estas rocas y han producido un gran número de víctimas.
Pero hoy en nuestra sección no vamos a escribir sobre naufragios; lo vamos hacer sobre fareros, torreros y sus dramáticas historias sobre el pequeño islote de las Hormigas. La profesión de farero solía pasar de generación en generación, a pesar de las particularidades del trabajo. Estaba mal remunerada y sobre todo no era apta para todo el mundo. La literatura y el cine han idealizado esta profesión y, por desgracia, no se parece en nada a lo que de verdad padecían los fareros y sus familias.
El faro de la isla de las Hormigas se construyó antes que el principal de Palos, no después de muchas discusiones basadas en cuál debería ser el emplazamiento principal: si en tierra firme o en la isla de la Hormiga. Al final, se adoptó la solución salomónica de hacer los dos: uno principal en tierra firme, en el lugar que ocupaba una vieja torre de vigilancia, con un alcance de 20 millas y una altura de 51 metros; y otro secundario en la Hormiga. Las obras del faro principal empezaron el 27 de enero de 1863 y terminaron el 31 de enero de 1865.
Incomprensiblemente, en la Hormiga el edificio había sido proyectado como si tuviera que edificarse en tierra firme. De planta cuadrada; nada que significase aerodinámicas superficies capaces de penetrar la violencia de las olas en una zona expuesta a fuertes levantes. Y lo que tenía que pasar, pasó; solo siete años después de su inauguración, un fuerte viento de levante con una mar picada y amenazante desencadenó la tragedia en la noche de difuntos de 1869.
La noticia fue recogida por la prensa nacional en estos términos: «Nuestros lectores conocen por los periódicos la espantosa borrasca que acaba de combatir las costas de Levante, produciendo naufragios de buques nacionales y extranjeros y no escasas pérdidas de hombres y mercancías. Entre todos los episodios a que ha dado lugar, ninguno tan interesante por sus particulares circunstancias como el que, en el presente número, con la mayor exactitud verán reproducido nuestros lectores en el adjunto grabado. Los pormenores de la catástrofe ocurrida en el faro de la Hormiga, son los siguientes: Las aguas, combatiendo en medio de un temporal, han deshecho la torre del Faro. Arrastraron sucesivamente todos los muebles y útiles del establecimiento, y por último a la familia del Torrero. Este desgraciado se defendió cuanto pudo de las olas, luchando para salvar a su familia, y viendo perecer sucesivamente a su esposa y tres niños arrebatados por los embates del mar. Próximo a sucumbir también, y teniendo a su último hijo en los brazos, fue recogido con un valor heroico y entre inminentes peligros de muerte, por el patrón de barquilla agregada al servicio del Faro. El desventurado torrero se encuentra, así como su hijo, en un tristísimo estado de postración y desaliento. Nuestro grabado representa el momento en que el patrón de la barca de auxilio se acerca a salvar a los náufragos en lo más fuerte del temporal».
Al año siguiente se acometió la construcción de un nuevo faro en las Hormigas, esta vez de planta circular y con sillares de hormigón hidráulico en vez de con mampostería de ladrillo. No obstante, las penosas condiciones de vida de los dos torreros y sus familias que seguían siendo necesarias para el funcionamiento de la luminaria, habitando en un islote de 200 metros de largo incomunicados cada vez que el mar se encrespaba, continuarían hasta 1920 cuando de nuevo se desencadenaría la tragedia.
Finales de febrero de 1920. Un violentísimo y largo temporal de Levante azota toda la costa cartagenera. El torrero, su ayudante y sus familias quedan aislados de nuevo. Los días se suceden sin posibilidad alguna de poder hacer llegar víveres y agua, han pasado 15 días, y desde la Hormiga se iza bandera de auxilio porque la situación es insostenible. Sin alimentos, los niños son los primeros en desfallecer. Se intenta llegar por todos los medios al islote, pero las barcas no pueden acercarse. Finalmente, a requerimiento del Gobernador Civil de Murcia, se ordena que un buque de la Armada acuda al rescate y evacue a todos los que se encuentran en la Hormiga. Afortunadamente, desfallecidos y a punto de morir por falta de alimento, son trasladados a Cabo de Palos sin lamentar desgracias personales.
Este último episodio en el faro de las Hormigas llevó a las autoridades a sustituir el viejo faro manual por otro automático, el primero de España, en 1920.
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