Pablo Iglesias se frota las manos con el error de principiante de Pedro Sánchez
Pedro Sánchez ha cambiado las primarias por las autonómicas, utilizadas por Ferraz como artificial mecanismo para consolidar las opciones del secretario general como candidato en las generales.
Al igual que una parte, nada desdeñable, del melodramatismo irresponsable de CiU en el proceso soberanista tiene una lectura estrictamente interna -no dejarse mojar la oreja por ERC y competir con ella por la misma clientela-; otra igual de importante en la estrategia de pactos del PSOE con Podemos obedece a un asunto por completo orgánico.
Y es que, con el resultado mondo y lirondo del PSOE el 24M -700.000 votos menos que en 2011 y un desaprovechamiento espectacular del agudo descenso del PP-, Sánchez olía a perdedor y las opciones de una investida Susana Díaz para promover un Congreso Extraordinario eran enormes.
Lo que Sánchez ha hecho aceptando pactar con el mismo partido al que pocos días antes repudiaba, y que ha respondido con inteligencia táctica e indisimulables sonrisas, tiene menos que ver con los intereses a medio plazo del PSOE que con las necesidades a corto plazo propias: camuflar su propia derrota coloreando de rojo ficticio el mapa de España, con probable acuerdos que conformen mayorías legítimas pero no emanadas de las urnas; le sirve al secretario general para frenar su propia caída, echando un perfume ajeno a un producto deteriorado propio, que demora los planes de Susana Díaz pero no los cambia ("Cuerpo a tierra que llega un gilipollas a La Moncloa").
Ahora Sánchez, casi con total seguridad, podrá ser el candidato a la Presidencia del Gobierno por la inconveniencia de disputar en unas primarias lo que se pretendía conseguir con un Congreso Extraordinario que diera paso a una candidata -¿Carmen Chacón?- que tendría todo el apoyo del susanismo para ganar pero, también, que dejaría paso a la propia Susana si no lo lograra.
Que en Andalucía cobre fuerza la posibilidad de que el PSOE logre la investidura con la abstención del PP, esto es, sin necesidad de Podemos; y que la propia Díaz haya advertido de los riesgos de perder la "centralidad"; son las sutiles pruebas de la antagónica visión que ambos líderes tienen de los acuerdos, las alianzas y los tiempos ("Rivera e Iglesias parecen dispuestos a mantener la vieja tradición española de reducir a la nada a la sociedad civil").
Para el socialismo clásico, la razón está de parte de Susana Díaz, por mucho que Felipe González se encuentre sumido en un sorprendente silencio tras apadrinar la necesidad de entendimiento entre los dos grandes y de distanciamiento del "populismo".
Temen que si el "PSOE de Sánchez", como machaconamente lo llaman César Luena y compañía, se sirve ahora de muletas que lo saquen del centro del escenario para absorber poder territorial, cuando lleguen las generales la muleta sean los socialistas ("No es inmadurez lo que se aprecia en Pablo Iglesias y los suyos, sino tacticismo").
La previsible recreación de una Marea Nacional de confluencia de todas las izquierdas, capitaneada por Pablo Iglesias pero conformada por el sinfín de movimientos que han llevado a Carmena a Colau a las dos primeras alcaldías de España; unido al desafecto que Rajoy en persona genera a los votantes potenciales del PP; dan más pábulo a la tesis de que el PSOE, por pillar algo ahora, va a ser el ingenuo trampolín de algo que le pasará por encima.
Iglesias, encantado con el panorama, acaricia un gato. Y cualquier día de éstos pasará a llamar "Pedrito" a quien, por conservar el trono, tal vez se esté jugando el reino entero ("Satisfechos" tras su primer encuentro 'secreto').
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